domingo, 14 de abril de 2013

Un africano en el Caribe




Corre el año 1983, en el aeropuerto de Addis Abbeba, centenares de jóvenes se alistan para partir hacia una Isla del Caribe, llamada Cuba.
Wesen Teka Robid, uno del grupo, siente el momento con un calor sofocante por las altas temperaturas de junio. Con las lágrimas contenidas en los ojos y un ardor en la garganta por tragarse el llanto, despide a sus cuatro hermanos colocados en el lado opuesto del cristal de la aduana. Hijos de una madre consumida por el sufrimiento de enviudar muy joven por la ausencia del esposo, mártir de la guerra de los años 70.
Aún late la partida de Eritrea desplazados por los conflictos bélicos y la llegada al centro educacional en Etiopía para niños huérfanos. Ahí, a la edad de 13 años, Wesen conoce la posibilidad de viajar a Cuba y obtiene la beca por sus resultados académicos, en un grupo de 10 entre más de 500 estudiantes.
Muy pocas pertenencias pudo rescatar de su entorno familiar, una bolsita con dos mudas de ropas que fueron sustituidas en la terminal aérea por una mochila con vestuario y el material de aseo imprescindible para una larga travesía oceánica que culmina en la Isla de la Juventud.
Habituado a comer Engera, elaborado con harina de teff, el solo olor de la comida cubana le provoca nauseas, unido al stress de la adaptación. Sus primeros meses de vida en Cuba los pasa hospitalizado y su cuerpo sólo asimila leche y gaceñiga.
En la etapa inicial, los propios estudiantes etíopes sirven de traductores pero luego, los instructores cubanos introducen hábitos como el uso del cepillo de dientes, la manipulación de los cubiertos, el lavado de las ropas, tender la cama, ordenar la taquilla, limpieza del dormitorio y de las áreas aledañas al centro docente.
Participar en las organizaciones juveniles, dialogar con maestros fuera del aula, asistir a las galas culturales y entregarse al fútbol, le sirven para sentirse apoyado en colectivo y reconocer a los amigos, tanto etíopes como cubanos, como su nueva familia. No puede precisar cuándo el idioma español deja de ser obstáculo en la comunicación.
En fines de semana, los estudiantes visitan Gerona o a la Fe, poblados cercanos al plantel escolar, en vacaciones disfrutan de excursiones a las playas cubanas, centros recreativos, campamentos de pioneros, museos y teatros.
En el año 1988 contrae hepatitis y lo ingresan en el hospital del poblado de la Fe. Un amanecer recibe la novedad de una visita. Desde su ventana ve llegar una caravana de autos y luego descender un grupo de personas vestidas de verdeolivo. De boca en boca corre la noticia: “¡Llegó Fidel!”.
Wesen, recostado en su cama, no advierte la cercanía del Comandante en Jefe y sin embargo, la figura alta y corpulenta, de barba larga y andar rápido viene hasta él. En un gesto noble acaricia la cabeza del muchacho, pregunta por su padecimiento y tratamiento, escucha los monosílabos como respuesta y se aleja.
No hubo tiempo para otro diálogo, el joven africano, hoy graduado de medicina veterinaria, aún no ha podido expresar su agradecimiento a tanto desvelo y desinterés de los cubanos.

Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba

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