viernes, 24 de abril de 2015

Eduardo Galeano: un recuperador de palabras




Galeano fue portavoz de las causas más justas de la humanidad y lo supo hacer con gran ingenio intelectual y belleza literaria

A finales del año pasado viajé a Uruguay para participar en la Feria del Libro de San José. Era mi primera vez en ese país sudamericano y no podía perder la oportunidad de saludar a Eduardo Ga­leano. Sin embargo, no pude cumplir ese deseo.
Se hallaba en una fase crítica del tratamiento de una enfermedad que en definitiva nos privaría de su compañía. El cantautor, Daniel Viglietti, me esperó en un café de Montevideo, y allí le pedí que quería saludar a Galeano. En su mirada me percaté de que me estaba anunciando lo peor, y no insistí. Contra aquel augurio, afortunadamente, se yergue el recuerdo de alguien que compartió con nosotros batallas y fervores y cuya obra quedará como un legado cívico y literario para todas las mujeres y los hombres que vivimos en este planeta.
Galeano fue portavoz de las causas más justas de la humanidad y lo supo hacer con gran ingenio intelectual y belleza literaria.
Ya era un periodista avezado, con solo 31 años de edad, cuando en 1971 estremeció al público cubano con Las venas abiertas de América La­tina, dado a conocer por la colección del Premio Casa de las Américas. Su labor en publicaciones uruguayas a lo largo de la década de los 60 —de manera muy especial en el semanario Marcha—, lo había preparado para ir al fondo de la realidad y revelar hechos y verdades como quien cuenta fábulas, apólogos y mitos de raíz poética.
Ese tono familiar, casi siempre agudo, a veces con impulso lírico, y por momentos, desenfadado e irreverente, se expresó en textos que desbordaron los géneros periodísticos y narrativos. “El lenguaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad”, afirmó Galeano puesto en la encrucijada de definir su estilo.
“Soy un recuperador de palabras, un juntador de historias. Escucho las memorias de otros y las devuelvo en la escritura.
Yo escribo para comunicarme con los demás”, dijo de sí mismo este escritor que viajó tantas veces a Cuba, que en dos ocasiones obtuvo el Premio Casa de las Américas con sus libros: Días y noches de amor y de guerra y La canción de nosotros.
Transmitió sus experiencias a los jóvenes del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Car­doso, y al atento público cubano. La obra de Ga­leano es un tributo a la memoria y un llamado a no perder esa esencia viva de los pueblos ante la cual el poder hegemónico se quiebra como el bambú o retrocede y claudica. Porque la memoria es fuente de resistencia y autenticidad, brújula para orientar caminos de redención, espejo en el que se refleja el ser humano en la más alta dimensión.
Él, como nadie, supo que el fermento confesional contribuía a elevar los valores de autoestima de los pueblos. Rescató en Memoria del fue­go el patrimonio vivo del imaginario popular y convirtió sus ensayos políticos en materia literaria, lo que hizo posible que ellos fluyeran orgánicamente en la sensibilidad de sus múltiples lectores. No olvidaré al memorialista consumado que decantó el legado mitológico de Nuestra Amé­ri­ca, metáfora del nosotros. No olvidaré al amigo sagaz que con ironía cáustica y sabiduría de griot colocó en el debate ideológico los argumentos más conspicuos y reveladores del pensamiento progresista universal. El que fustigó las guerras injustas y criminales, el que abogó por el pueblo palestino, el que siempre estuvo al lado de los pobres de la tierra.
Escritores como él no se van nunca, por el contrario, quedan hechizados en la memoria de sus amigos, y de quienes, como yo, fuimos sus devotos lectores. Sé que Eduardo no va a descansar en paz, porque el guerrero, como una vez dijo el poeta, solo puede descansar en guerra.

Miguel Barnet | internet@granma.cu

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