miércoles, 15 de marzo de 2017

Aponte o la insurrección de los adelantados




La conspiración encabezada por José Antonio Aponte pretendía ruptura del orden colonial y la abolición de la esclavitud

«Ayer cerca de las ocho de la mañana fueron conducidos a sufrir la pena de horca, José Antonio Aponte, Clemente Chacón, Salvador Ternero, Juan Bautista Lisundia, Estanislao Aguilar, Juan Barbier, Esteban, Tomas y Joaquín, los seis primeros libres y los tres últimos esclavos de la dotación del ingenio Trinidad; todos reos convictos y confesos de haber proyectado perturbar la feliz tranquilidad que reina en esta afortunada isla, y causado los atentados desastrosos que se indican en el bando del Capitán General […] A las nueve y media ya habían recibido el condigno castigo, que exigían sus crímenes y reclamaba la vindicta pública».
Esta información, aparecida el 10 de abril de 1812 en el Diario de La Habana, publicación auspiciada por la Sociedad Económica de Amigos del País, pretendió sellar con la marca del estigma el destino de quienes desafiaron el poder colonial hace 205 años. Obsérvese la criminalización de sus actos mediante el lenguaje. No pueden pasarse por alto tampoco los intereses del medio que difundió la noticia, los de los hacendados criollos y la intelectualidad a su servicio.
Si bien debe reconocerse en estos sus aportes a una embrionaria identidad nacional, al surgimiento de la ideología reformista y la actualización y renovación del pensamiento filosófico, científico y pedagógico en la Isla, la radicalidad de la propuesta de los hombres que lideraron la insurrección de 1812 no solo les era ajena, sino generaba en ellos espanto y las más profundas ansias de represión.
No por casualidad el conde de Casa Montalvo y Francisco Arango y Parreño participaron uno en la sesión del Ayuntamiento del 18 de marzo que liberó fondos para enfrentar a los insurrectos, y el otro en la que el 23 exigió el pronto castigo de los implicados, saltándose los procedimientos judiciales.
¿A qué temían tanto como para coincidir con las autoridades coloniales en la necesidad de matar y escarmentar? La conspiración encabezada por José Antonio Aponte articulaba dos objetivos sumamente subversivos: la ruptura del orden colonial y la abolición de la esclavitud. Independencia y abolicionismo se presentaban, en un solo haz, como alternativas viables para Aponte y sus más cercanos colaboradores.
El medio para lograr tales fines también infundía pavor a los representantes de la metrópoli colonial y a los hacendados: la toma del poder por las armas. La exitosa sublevación de los esclavos en la vecina Saint Domingue infundía el miedo al negro, en un territorio cuya riqueza material se basaba en la explotación de la mano de obra traída a la fuerza desde África.
Uno de los más acuciosos investigadores de los sucesos de 1812 —tarea en la que continúa la meritoria senda abierta por José Luciano Franco, Elías Entralgo, y a la que mucho han contribuido en tiempos recientes María del Carmen Barcia, Gloria García, Félix Julio Alfonso y el norteamericano Matt Child—, el joven historiador Ernesto Limia, ha subrayado cómo al dolor de «los africanos y sus descendientes que trabajaban o habían muerto en el surco y el batey por hambre, el cepo y el látigo, se sumaba el trato brutal y humillante que igualmente sufrían los negros y mulatos —libres o esclavos—, del sector de los artesanos urbanos: albañiles, carpinteros, herreros, tabaqueros, zapateros, sastres, caleseros, cocineros, propietarios de pequeños establecimientos comerciales llamados pulperías, e incluso músicos y maestros de escuelas».
Y como «este malestar y las sediciones de esclavos demandaban un jefe capaz de transformar el creciente clamor antiesclavista en auténtico movimiento abolicionista: fue entonces que surgió como líder José Antonio Aponte y Ulabarra».
De este afirma que «tenía la firme convicción de que podían triunfar», y que «abogaba por la emancipación de España y por un régimen de igualdad política entre todos los cubanos, con independencia de razas (color de la piel, orígenes étnicos) y estatus social».
El 15 de marzo de 1812 la rebelión estalló cerca de la costa norte al este de La Habana, en ingenios de Guanabo y Peñas Altas, donde se sublevaron los esclavos. Desde comienzos del año se habían producido levantamientos en Puerto Príncipe —duramente reprimido— y Bayamo, y se tenía información de un pronunciamiento en Holguín. Aun cuando no se tienen pruebas concluyentes acerca de la relación entre estos acontecimientos, es presumible la existencia de vasos comunicantes.
Aponte, que poseía instrucción militar y se inspiraba en los ejemplos de los libertadores haitianos Toussaint L’Ouverture, Jean François y Jean Jacques Dessalines, planeó asaltar los cuarteles de la capital. Reticencias de algunos de los conspiradores y la delación de uno de ellos impidieron esas acciones.
El 19 de marzo fue arrestado junto a varios de los complotados. Sin que mediara proceso penal, luego de temibles interrogatorios y coacciones, las autoridades coloniales decidieron ahorcarlos el 9 de abril.
La cabeza de Aponte, cortada brutalmente de su cuerpo, fue exhibida en la calzada San Luis de Gonzaga, en la intersección de las calles hoy conocidas como avenida Salvador Allende y Padre Varela (Belascoaín).
La siembra de aquel ebanista negro, precursor de la independencia de Cuba, y de quienes le secundaron en el empeño, forma parte de nuestra memoria y de una secuencia que nutre nuestra cultura de la resistencia, tal como la sintetizó el poeta Miguel Barnet cuando expresó: «Sangre aborigen, sangre esclava de cimarrones que a la atadura de su primer yugo se sublevaron en montes y cuevas; sangre de conspiraciones como la de José Antonio Aponte, la de Carlota en Triunvirato, la Escalera y otras más; sangre valiente vertida en tres contiendas sucesivas, sangre de los que empuñaron el machete, el revólver o la tercerola para derribar los muros de la ignominia y la discriminación; sangre de los rebeldes en montañas y llanos para derrocar la dictadura batistiana y alcanzar la plena libertad de la Patria».

Autor: Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu

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