martes, 14 de marzo de 2017

La protesta de Baraguá: el acto más arrogante…




El 15 de marzo de 1878 ante la desesperada situación, el general Antonio Maceo decide enarbolar la enseña que otros dejaron caer y lo hace con firmeza y sensatez

Después de las espléndidas victorias de la Llanada de Juan Mulato sobre el Batallón de Cazadores de Madrid y la de San Ulpiano, contra el Batallón de Cazadores de San Quintín no. 11, la moral combativa de las tropas maceístas era muy alta, completamente ajena al espíritu derrotista que se enseñoreó del Camagüey y del Comité del Centro, erguido en espuria representación del pueblo cubano.
A pesar de ello, por medio de los rumores, hasta los campamentos de la División Cuba fueron llegando noticias sobre tratos de miembros de la cámara y el ejecutivo con los españoles. Se escuchaban comentarios sobre negociaciones de paz, y hasta de la participación de Máximo Gómez en ellas, lo que Antonio Maceo se negó a creer. Pero ahora el Titán tenía en sus manos una carta del dominicano, del 16 de febrero de 1878, en la que aquel le informaba sobre el Pacto del Zanjón, le comunicaba estar en el campamento enemigo de La Puria y le pedía una entrevista.
Maceo reaccionó sorprendido y airado «¿No comprende usted, amigo Figueredo,1 que cuando el general Martínez Campos propone o acepta una transacción, un arreglo, ha sido porque, con su experiencia de lo que es esta guerra, estaba convencido de que nunca nos vencería por medio de las armas?».2
El brigadier Maceo se agiganta; rebasa la fase de jefe táctico para pensar como estratega, para ponerse en lugar del jefe enemigo y desentrañar sus maquinaciones, no solo en el terreno de la lucha armada, sino de guerra en su conjunto. Maceo pasa la prueba brillantemente. Emerge como estratega.
El 18 se entrevistan Gómez y Maceo en Asiento de Piloto Arriba; allí Enrique Collazo y el dominicano imponen al Titán de «lo sucedido y pactado por el Camagüey». Maceo no está de acuerdo, pero manifiesta que reunirá a sus subordinados para decidir sobre tan trascendente asunto.
Ante la desesperada situación, el general Antonio decide enarbolar la enseña que otros dejaron caer y lo hace con firmeza y sensatez. Ante todo, necesita tiempo para reagrupar sus tropas y escribe a los principales jefes tratando de aunar voluntades y levantar ánimos. También se dirige a Martínez Campos, solicitándole una entrevista y una tregua de cuatro meses para consultar la voluntad de los distritos que integran su Departamento. Pero Martínez Campos no es ningún tonto, accede a la entrevista pero no a tan dilatada tregua.
Entre el 8 y el 14 de marzo acuden a Baraguá, Titá Calvar, Leyte Vidal, Silverio Prado, Flor y Emiliano Crombet, Paquito Borrero, Guillermón Moncada, José Maceo, Quintín Bandera, Leonardo Mármol, Lacret Morlot, Rius Rivera y Limbano Sánchez. Maceo les explica la situación así como su posición intransigente al respecto y acto seguido marcha a entrevistarse no lejos de allí con Vicente García, quien después de manifestarle su decisión de continuar la lucha, le recomienda que no acuda a la cita con Martínez Campos.
Al día siguiente, el 15 de marzo, se produjo la trascendental entrevista entre el mayor general Antonio Maceo y el teniente general Arsenio Martínez Campos, bajo la sombra histórica de los Mangos de Baraguá.
El desarrollo del encuentro es bien conocido. Martínez Campos acudió a la cita guiado por José Cefí Salas y acompañado de un corto séquito de generales y oficiales solteros, pues no quiso poner en riesgo la vida de subordinados casados, ya que Pacificador había recibido aviso de que Maceo intentaría asesinarlo, cobarde proyecto fraguado a espaldas de este último y rechazado por él con indignación. Bajo los mangos, rodeando al Titán estaban su hermano José y lo más granado de la heroica oficialidad oriental.
Martínez Campos se condujo con el exquisito tacto de un consumado diplomático, la caballerosidad de un hidalgo español y la astucia de un Fouché; reconoció la grandeza y el heroísmo de los insurrectos, pero no llamó nunca general a Maceo; habló de las ingénitas cualidades de la raza hispana presente en los mambises, pero eludió el término Ejército Libertador; elogió la combatividad de los orientales, pero dijo que Modesto Díaz y Vicente García ya se habían adscrito al Pacto.
Fue entonces cuando Maceo le interrumpió para comunicarle que el líder tunero seguiría en la lucha, a lo que el general español respondió con habilidad, para entrar enseguida en materia, tratando de convencer a sus interlocutores de que quizá ellos no habían pactado por no conocer el ventajoso contenido de la capitulación, y les ofreció el documento.
Maceo se negó a ver siquiera su contenido; «¿Qué es lo que quieren?» preguntó Martínez Campos desconcertado, y entonces intervino el doctor Félix Figueredo. «Nosotros lo que queremos es la independencia». Obviamente, lo único a lo que Martínez Campos no podía acceder.
Figueredo argumentó extensamente la posición de los presentes y después de un amplio intercambio, en el que también intervino Calvar, quedó fijado el 23, como fecha para reanudar las hostilidades. El capitán de Cambute, Fulgencio Duarte, que había presenciado el encuentro, exclamó: «¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!».
La protesta de Baraguá tiene un singular significado político en la historia de la lucha del pueblo cubano por su independencia. No fue que el hecho político salvara la derrota militar, porque derrota militar no hubo. Se trata de que la actitud de Maceo representa el paso de la dirección política de la revolución, de las manos de los representantes de una clase social que había demostrado su incapacidad para conducir consecuentemente la guerra, a las de otra, dispuesta a proseguirla hasta conseguir los objetivos políticos que la habían llevado a la manigua: la independencia y la abolición de la esclavitud. Baraguá no fue un gesto romántico, ni el resultado de la pasión exaltada de Maceo, sino la expresión de una vertical negativa a aceptar la derrota.
La protesta de Baraguá significó un viril y pujante intento por continuar la lucha, que se destacó como pocos en la historia combativa de la nación cubana. En carta a Antonio Maceo, del 25 de septiembre de 1893, José Martí escribió: «Precisamente tengo ahora ante los ojos “La protesta de Baraguá”, que es de lo más glorioso de nuestra historia». Por su parte, el coronel español Francisco Camps y Feliú3 la calificó como: «El acto más arrogante de toda la campaña, después del Grito de Yara».

Doctor Ángel Jiménez González | internet@granma.cu
Investigador del Instituto de Historia de Cuba.

1
Félix Figueredo, médico de cabecera de Maceo desde Mangos de Mejía.
2
Franco, José Luciano: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T I, p. 127.
3
Autor de Españoles e insurrectos. La Habana, 1890.

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