sábado, 22 de abril de 2017

Playa Girón, los alfabetizadores




Tanque de las fuerzas revolucionarias avanza hacia Playa Girón.

Un hecho significativo en Playa Girón, Bahía de Cochinos, fue cómo ocurrió el primer herido que causaron los invasores, el alfabetizador Valeriano Rodríguez, un adolescente de trece años que educaba en la antes precaria Ciénaga de Zapata.
Cuenta Ángel Fernández Vila, entonces jefe de la Zona de Desarrollo Agrario LV-17, en Aguada de Pasajeros, que los disparos iniciales de la invasión los produjo el 17 de abril a la 1:30 de la madrugada un hombre rana contra la posta de recorrido del puesto de milicias en Playa Girón.
A 56 años del hecho, el entonces jefe de la Reforma Agraria en Aguada, de los primeros en asumir la resistencia, explica que el brigadista, incorporado a la campaña de alfabetización al inicio, se encontraba en el lugar con Mariano Mustelier, jefe del puesto de las milicias en Playa Girón.
Ambos recorrían las postas defensivas del litoral cuando detectaron las señales luminosas de un barco en la distancia, a las cuales respondieron con las luces del Jeep (yipi) en que ellos viajaban, debido a lo cual fueron víctimas de los disparos del hombre rana Grayston Lynch, de identidad estadounidense.
Las descargas del invasor, añade Fernández Vila, destrozaron los faroles y el parabrisas del vehículo e hirieron al adolescente alfabetizador. Luego de responder el fuego del atacante, Mustelier se digirió al puesto de la milicia, para dejar al alfabetizador herido y retornar luego a combatir en la playa con algunos de sus compañeros.
A la misma hora de la madrugada, se inició la resistencia en Playa Larga, gracias a la previsión de Ramón Gonzales Suco, jefe de los defensores de aquella otra ensenada hacia la cual también se dirigieron los invasores.
Él les había dicho a sus compañeros: “Vamos a reforzar la guardia esta noche y a hacerla en dúos, porque la cosa no esta buena”.
En cada pareja integrada por sus cuatro milicianos, más dos alfabetizadores, uno vigilaría y otro estaría preparado con la microonda, ‘no fuera a ser que pasara algo’, capacidad de previsión que los atacantes y sus organizadores no calcularon.
Al respecto son ilustrativas las confesiones al Comandante en Jefe Fidel Castro hechas por Erneido Oliva, segundo jefe de la invasión y exoficial de la dictadura de Fulgencio Batista, quien admitió que el fracaso se debía a la desinformación que había logrado la propaganda enemiga entre los sectores más agresivos de la emigración.
Aclara Fernández Vila, participante en el hecho, que el prisionero admitió haber creído que el pueblo los esperaba y los recibiría como a ‘libertadores’, por lo que también dedicó buena parte de su confesión a acusar al presidente John F. Kennedy, debido a que no brindó el apoyo aéreo prometido a la brigada invasora ni envió al ejército de Estados Unidos.
La pequeña fuerza del Puesto de Observación de Playa Larga, que integraban asimismo Israel Hernández, Antonio Quintana, Rafael Jaramillo y Ricardo García, contó sin embargo con la precaución de que la situara allí el capitán Ramón Cordero Reyes, jefe del Batallón 339.
Junto con ellos, al anochecer se incorporaron, al puesto de los milicianos, los alfabetizadores Ezequiel González Días y José Orlando Ruiz, quienes educaban en los lugares inmediatos conocidos como playa La Máquina y Los Hondones.
Sobre la agresión, también cometida contra educandos y jóvenes educadores, el testimonio del alfabetizador Jorge Suárez García resulta crucial en las vidas del comandante Evelio Saborit, Fernández Vila y sus acompañantes y evidencia la capacidad de aquellos adolescentes cubanos para asumir los riesgos necesarios.
Cuenta Jorge que el 17 de abril impartió por la noche sus clases y se fue a dormir, pero Francisco Ricarde, en cuya vivienda se albergaba, le sacudió la hamaca en la madrugada, prácticamente en el horario en que ambos acostumbraban iniciar sus labores en campos de la ciénaga.
Pancho, como se identificaba al campesino, lo sacó de su confusión cuando le replicó: “Hay un barco cañoneando en la costa, en Girón”. Ambos se dirigieron al batey conocido como La Ceiba, donde se encontraron con un grupo de hombres reunidos. Entre todos acordaron hacer guardia y marchar al amanecer hacia San Blas, pequeño poblado próximo, para obtener armas.
En el año 2017 recuerda que al llegar el vehículo que debía transportarlos alguien dijo: “El brigadista que no vaya; es un niño”, a lo que él replicó mostrándole a “Pollo, el jefe de la milicia en La Ceiba”, el carné de miliciano que aún conserva. A lo que añade: “Sin hablar más me subí al camión”.
Por el camino observaron cómo uno de los paracaidistas lanzados, que inicialmente consideraron propio, descendió en caída libre, hecho que lamentaron, sin saber que aquel era uno de los invasores -“un sacerdote”, explica ahora-, que salvó la vida herido y luego resultó prisionero.
Recuerda que al llegar al lugar de destino, cuando tenía ya un pie en la goma del camión para descender, “comenzó un tiroteo súbito de ráfagas de ametralladoras”. Confiesa que por primera vez vio a los mercenarios, a lo que añade: “Tres personas corrimos hacia la carretera y, en ella, nos tendimos sobre la cuneta, debido a un nuevo número de ráfagas”.
Los disparos fueron reiterados, al extremo de que, “al pararnos para cruzar la carretera, los proyectiles dieron tan cerca de mí, que sentí en mi pierna derecha, sobre todo, los impactos de pedazos de esta, desprendidos al chocar las balas sobre ella”.
Jorge y dos más, uno de ellos nombrado Caín, aunque “mejor debió llamarse Abel”, armado con un revólver calibre 38, se desplazaban por la maleza paralela a la vía de San Blas a Bermeja cuando escucharon voces próximas, sobre las cuales se propusieron indagar.
“Sin previa consulta”, añade hoy, “me arrastré cautelosamente hacia donde terminaba la maleza y comenzaba la cuneta para observar quiénes venían. ¡Qué alivio! Vi algunos con nuestros uniformes, otros vestidos de civil, con picos y palas y algunos fusiles”.
Sobre lo cual agrega: “Con el ímpetu de mi edad, me quité la camisa azul de milicia y salí agitándola al aire hacia el centro de la carretera. Sentí que rastrillaron armas, pero de ahí no pasó. De repente comprendieron de qué bando estaba yo. Caín, poblador de la ciénaga, y mi otro compañero salieron también al encuentro”.
Les explicaron a quienes arribaban que no podían continuar hacia San Blas, tomado por los invasores. Al frente del grupo, añade, se encontraban el comandante del Ejército Rebelde Evelio Saborit y el entonces responsable del INRA en la Ciénaga de Zapata, Ángel Fernández Vila, junto con varios combatientes, civiles y alfabetizadores que se les habían unido en Cayo Ramona.

Ernesto Montero Acuña

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