martes, 6 de junio de 2017

Trump, los truenos y Cuba

The Daily Caller no es un sitio web noticioso de mucha influencia y prestigio. Ni en Washington DC, donde tiene su sede, ni en todo el territorio de la Unión. Fundado hace siete años por el editor Neil Patel, el ex vicepresidente Dick Cheney y Tucker Carlson, actual comentarista político de Fox News y protagonista del show “Tucker Carlson Tonight”, de la misma cadena, constituye una respuesta conservadora al liberal The Hunffington Post, y no se caracteriza precisamente por incursionar en asuntos cubanos. El haberlo hecho el 29 de mayo con un titular muy llamativo, “Exclusive: Trump Set to Roll Back Obama’s Cuba Policies”, podría tener distintas lecturas.
Una de ellas es que allí se están amplificando los criterios de sectores dentro del GOP opuestos a ese roll back o al desmontaje más o menos parcial de las políticas de Obama hacia la Isla. Esto es más significativo si se considera que, según un sondeo, la mayoría de sus lectores (64,8 por ciento) se identifican como republicanos. Y también pudiera significar que, desde el punto de vista del poder corporativo, algunos elefantes de por allá arriba andan de la mano con negocios de aviación, cruceros, telecomunicaciones y hotelería que ya han invertido cierto capital político, y también contante y sonante, en los movimientos hacia el vecino del sur.
Tal vez lo anterior explique el tono nada aséptico de ese reportaje, de hecho una especie de alarma acerca de las presiones de tres miembros del lobby cubanoamericano sobre la administración Trump para producir el gran salto hacia atrás, puestas en boca de John S. Kavulich, presidente del US-Cuba Trade Economic Council, institución no partidista con sede en Nueva York cuyo solo enunciado habla por sí mismo. Y en un segundo round sobre el tema, al día siguiente, los del Caller fueron más específicos: un donante miamense del Partido Republicano que favorece las relaciones con Cuba sabía de buena tinta de las palancas de un connotado miembro de ese mismo lobby, que votó a favor del Trumpcare a cambio de un endurecimiento en la política hacia la Isla, práctica que en los corrillos del DC se conoce como horse-trading.
La Casa Blanca no lo ha ni confirmado ni negado. Anda consumida por el fuego de sus propias balalaikas y tratando de corregir, en lo posible, el quilombo interno que la ha caracterizado desde el inicio. Lucha de facciones. Nacionalistas vs. globalistas. Bannon vs. Kushner / Ivanka. Fantomas vs. Scotland Yard. Sustituciones / renuncias de funcionarios. Filtraciones a la prensa… Escándalos y problemas de ese tipo constituyen su pan cotidiano, al punto de que acaba de trascender la creación de una “sala de guerra” cerca de la Oficina Oval para lidiar con la avalancha y el imbroglio. Y también porque después de todo, en medio de ese gran repeluco, Cuba no es una prioridad sino (otra vez) una isla del Caribe.
A partir del anuncio, en febrero pasado, de una completa revisión (full revision) de la política previa, a lo que sobrevino un silencio casi sepulcral, acaba de saberse que esos cambios se iban a dar a conocer originalmente el 20 de mayo (fecha que se ve de manera muy distinta a ambos lados del Estrecho), pero fueron diferidos por el viaje del presidente al exterior. En política, escribió José Martí, lo real es lo que no se ve. Eso llevaba tiempo, no era cuestión de un solo plumazo ejecutivo, y entre ellos andan divididos. Tienen gente dentro que no están de acuerdo con botar a Obama por la borda. Ni en hacer tábula rasa de un proceso negociador que ha rendido sus innegables frutos, a pesar de los problemas implicados, las diferencias mutuas y las señales provenientes de allá abajo, que por razones propias fueron de la cautela a las respuestas diferidas o de última hora.
Ahora es, quizás, el tiempo. Hay un proyecto de ley en el Senado, reciclado y de autoría bipartidista, que restauraría a los estadounidenses un derecho constitucional largamente prohibido: viajar a la Isla como simples turistas, como lo hacen a cualquier parte del mundo. Y otro sobre exportaciones agrícolas a Cuba, que pasa por otorgar créditos a productores privados, apoyado por Sonny Perdue, el secretario de Agricultura de la administración Trump. Un grupo de 16 ex almirantes, que entre ellos se entienden, le enviaron a H. R. McMaster, el asesor de seguridad nacional que entró en el juego por Michael Flynn, un mensaje claro y distinto: “No rompan esto, que nos conviene”.
El Consejo Nacional de Seguridad, según trascendidos, le ha presentado al presidente un menú de opciones. La presión sobre el sistema cubano en materia de democracia y derechos humanos no está en discusión, pero no vendría sino a ratificar lo que Talleyrand afirmaba de los Borbones: ni olvidan ni aprenden. Es bastante fácil remitirse a valores actuantes en la política exterior estadounidense, pero un poco más difícil prescindir del clásico doble estándar, sobre todo cuando el presidente acaba de regresar con una compra de armas de 110 mil millones de dólares de Arabia Saudita, un lugar del Reino de este Mundo donde una mujer no puede hacer cosas tales como obtener un pasaporte o viajar al exterior sin el consentimiento del esposo, padre o familiar masculino. Por no mencionar palabras igualmente mayores como la decapitación por protestar y manifestarse contra la monarquía y la familia real, la pena de muerte por homosexualidad o la existencia de una policía religiosa para garantizar la pureza del credo.
Lo más probable es que se trate de un curso de política ecléctico. Se han anunciado extraoficialmente, mediante filtraciones y fuentes no siempre grises, cambios en la política de viajes y negocios administrados por los militares cubanos, un viejo reclamo del lobby (y sus alrededores). Ciertas preguntas específicas, sin embargo, podrían resultar pertinentes. ¿Se meterá Trump en Miami con los viajes familiares de cubanos y cubanoamericanos, que se tiran sobre la Isla cuantas veces quieran, como lo autorizó el presidente Obama? ¿Y con las remesas, no solo fuentes de reproducción simple para quienes la reciben, sino también para el capital inicial de esos negocios independientes del Estado? La última encuesta de Florida International University no deja dudas al respecto. La gran mayoría de los cubanos de Miami Dade se oponen al embargo / bloqueo (63 por ciento), favorecen las relaciones económicas con Cuba (57 por ciento en general, y 90 por ciento en la nueva emigración), el 74 por ciento está a favor de eliminar las restricciones de viajes a los norteamericanos (93 por ciento de los llegados recientemente, 69 por ciento de los votantes registrados) y el 72 por ciento informan haber enviado dinero a familiares y amigos en la Isla. Una expresión de los cambios que caracterizan a la gran urbe transnacional, plaza fuerte del exilio histórico hoy desafiada por cambios migratorios, generacionales y culturales. No podrían meterles un tajazo sin algo que normalmente suele aterrorizar a cualquier político: el costo.
Pero Trump es Trump. El gallo de la veleta. Un bisonte suelto y sin vacunar corriendo en la gran pradera americana. Mercurial. Tuiteante –a pesar de sus abogados. Y si en junio se rompe el corojo, como se afirma, el sur de la Florida no sería obviamente el mejor lugar para anunciarlo, a pesar de lo antes dicho. Trump miraría al pasado, como la otra vez. No se favorecería el pragmatismo sino el modo de campaña, una de las pocas cosas que sabe hacer bien, igual que evadir tax returns –porque es muy listo–, comer carne con kétchup, mandar a tirar la madre de todas las bombas frente a un fabuloso cake de chocolate, bailar con espadas saudíes o poner sus grandes manos blancas en ciertas zonas innombrables de la otredad. Ben Rhodes, uno de los que de este lado conoce bien de lo que se trata, acaba de soltar un axioma: “Dada la completa falta de preocupación por los derechos humanos alrededor del mundo, sería una ironía trágica si la administración Trump acude a ellos para justificar políticas que dañan al pueblo cubano y restringen la libertad de los estadounidenses para viajar y hacer negocios donde les guste”. Entonces, y solo entonces, en junio o después, se sabrán finalmente las partes de Obama –para decirlo con Roberto Fernández Retamar– que veremos arder.

Alfredo Prieto
OnCuba

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