miércoles, 4 de octubre de 2017

La guerra de los decibeles

Ya se ha escrito y dicho lo suficiente por las partes en conflicto sobre los misteriosos ataques sónicos o acústicos contra el personal diplomático de Estados Unidos y de Canadá. El resultado es -casi a la vuelta de un año- nulo, pues nada ha podido ser esclarecido (a pesar de los esfuerzos de ambas partes por determinar los orígenes, medios y actores de semejantes incidentes). Por estos senderos de lo ignoto han transitado desde guiones cinematográficos mediocres hasta las plumas más ilustres de los difuntos Ian Fleming (con su James Bond) y Graham Greene (“Nuestro Hombre en La Habana”, y otras más serias y memorables); así como del veterano John Le Carré y del más reciente y novedoso Tom Clancy. En sentido figurado, creo que todos se morirían de envidia al no poder reclamar la autoría de la espectacular trama en cuestión, pues estamos hasta hoy ante lo indescifrable.
Repito, no solamente no se tiene ni la más remota idea de quiénes han sido los autores y, mucho menos, de los recursos tecnológicos empleados; sino que tampoco sabemos de los motivos y potenciales beneficios, y de por qué en La Habana (y no en Moscú, Londres, Beijing, Ottawa o Washington). Los diagnósticos médicos preliminares son dispares en extremo y contradictorios. La bruma del misterio es tan densa y de implicaciones tan variadas que en algunos pasillos de Washington se llega a decir en voz baja -según algunas fuentes- “que ello nunca se sabrá…y de saberse no se haría público”.
No han faltado las hipótesis más truculentas, que culpan a las autoridades cubanas o a un sector de éstas supuestamente opuesto a la normalización de relaciones con Estados Unidos. Los que sostienen esta hipótesis asumen, erróneamente, que Cuba posee una insospechada arma tecnológica y, además, que su Gobierno ha enloquecido colectivamente, al procurar ahora una ruptura de relaciones a favor de las cuales trabajaron durante mucho tiempo (y que recién comenzaron a vivenciar desde hace menos de tres años).
Desde Washington, el Departamento de Estado anuncia, a manera de preámbulo, el retiro del 60 por ciento de su personal diplomático en La Habana, la suspensión de visas por tiempo indefinido y la advertencia a sus ciudadanos de que se abstengan de viajar dado el peligro de sufrir ataques similares. Unido a ello se alega falta de protección a sus diplomáticos y ciudadanos por parte del Gobierno cubano. Este anuncio se agrava todavía más si tenemos en cuenta que, tres días antes, el canciller cubano, Bruno Rodríguez, se había entrevistado con el Secretario de Estado, lo que confirma que el contenido y tono de dicha entrevista no fue de entendimiento ni nada prometedor, sino muy confrontacional. El coro de tambores de guerra se desató hace semanas nuevamente encabezado por el senador cubano-americano Marco Rubio, el que, respaldado por otros cuatro senadores, ha venido pidiendo las condenas y sanciones más drásticas hacia Cuba.
Examinemos los hechos (echando mano a un poco de sensatez, buen raciocinio y, también, a los autores citados, lo mejor de “Sector 40” o al propio Sherlock Holmes o Hércules Poirot):
Lo que se está armando ahora como un “ataque sónico” o “ataque a la salud de diplomáticos de Estados Unidos” no es algo que haya tenido lugar iniciada la Administración Trump, ni que se haya orquestado como un posible contra-ataque al discurso del presidente Trump sobre su nueva política hacia Cuba, el 16 de junio pasado. La nueva Administración lo “redescubre” hace apenas semanas y comienza a capitalizarlo políticamente desde entonces. Los hechos se originaron hace un año y las partes consultaron entre ellas, constructivamente, lo ocurrido hace un año. Todo el escándalo actual denota, con toda claridad, quienes buscan beneficiarse ahora del misterioso incidente.
¿Dónde está el “arma asesina” o la tecnología utilizada? Ni los súper genios de las 17 agencias de Inteligencia de Estados Unidos parecen tener la más mínima pista hasta ahora… Extraña circunstancia para la principal potencia del mundo, dueña del mayor caudal científico-tecnológico.
¿Puede ser dicha arma misteriosa una creación cubana? Me parece que no; pero para no ser tan categórico digamos que es altamente improbable, dada su complejidad científica y operacional. Mucho más probable pudiera ubicarse sus orígenes en el vecino de enfrente -léase Estados Unidos- y su bien conocida parafernalia científico-técnica.
Si no se dispone del “arma asesina” o de la compleja tecnología empleada, tenemos que indagar, entonces, en los posibles motivos de estos ataques. ¿Qué beneficios o ganancias tendrían esos posibles “autores cubanos” en precipitar una ruptura de relaciones y/o provocar un conflicto mayúsculo entre los dos países? Ningún beneficio, ninguna ganancia de tipo alguno (económica, política, diplomática) y, muy por el contrario, enormes pérdidas en todos los planos, empezando por su legitimidad internacional y terminando por uno de sus pilares en materia de turismo, el único sector solvente y dinámico de la economía en estos momentos. Habría que tener un estado de enajenación total (mezclado con una vocación suicida), para empeñarse en crear este incidente, atributos que no adornan la psicología social del cubano, ni de su dirigencia. Además, ningún cubano, de San Antonio a Maisí, creo que estaría de acuerdo con una acción de este tipo a estas alturas.
¿Lo harían los rusos, los chinos o los norcoreanos inconsultamente desde La Habana (al costo de destruir todo el proceso de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos)? Sería este un muy flaco servicio para con Cuba, país con el que han sostenido estrechas y estables relaciones durante muchos años. ¿Cuál sería el propósito de semejante sobrecarga de decibeles para causar sordera o trastornos de equilibrio a una veintena de norteamericanos? Esta hipótesis me parece poco seria, sin sentido alguno y descontextualizada por completo. No son estos los tiempos ni circunstancias de la “Crisis de Octubre” de 1962.
Admitiendo la hipótesis de que sea un ataque promovido y/o permitido por la dirigencia cubana o un sector de ésta, preguntémonos: ¿y para qué atacar a los canadienses? Muy poco o nunca los exaltados comentaristas y políticos del patio (empeñados en la ruptura y la confrontación), se ven interesados en indagar este otro ángulo. ¿Atacar a los canadienses que son los principales inversionistas en Cuba; que cada año más de un millón de turistas canadienses visitan la Isla? ¿Ahuyentarlos así con esta suerte de terrorismo psicológico que se puede encontrar en ciertos medios y en declaraciones de figuras políticas conectadas a la nueva Administración de Trump y con las nuevas medidas anunciadas en Washington? ¡Ni enajenados ni suicidas en Cuba andarían pensando en atacar a los canadienses! ¿A quién le interesa espantar de Cuba las inversiones, los turistas y hoteleros canadienses? No veo a ningún experto o político del lado de acá plantearse o explorar este ángulo tan elocuente e importante. Y algo más, no menos importante: a diferencia de Washington, el gobierno canadiense no ha acusado a las autoridades cubanas de ser responsables por dicho ataque, ni de negligencia en la protección a sus diplomáticos. Cabría pensar que algunos de los dos está rotundamente equivocado…
Finalmente, ¿dónde se concentran las mayores posibilidades de inventar y hacer efectiva un arma capaz de desatar esta “guerra de decibeles”, en La Habana o en Washington? En Washington, naturalmente. ¿Para qué se “resucita” este misterioso incidente casi un año después? ¿En aras de un esclarecimiento efectivo para ambas partes o para desatar un conflicto que justifique la adopción de sanciones y medidas que lesionen a Cuba severamente de mil maneras diferentes (incluida su industria turística en ascenso, que tanta preocupación causa en la poderosa industria hotelera de la Florida)? Probado hasta la saciedad: para justificar tensiones, conflictos y sanciones contra Cuba. ¿Dónde encontrar las bases científicas y operacionales para estos supuestos ataques, en La Habana o en Washington? En Washington, sin la menor duda; no en la cuna de los almendrones. ¿Quién se beneficia y procura, por tanto, gestar un conflicto que justifique y satisfaga sus objetivos políticos con respecto al tema de las relaciones con Cuba? Los que se opusieron a la normalización con Obama; los que han venido articulando presiones y acciones en la Casa Blanca y el Congreso antes y después del triunfo de Trump para detener y revertir dicho proceso (y priorizar al máximo la política de “cambio de régimen” en Cuba). Esta última lógica es la que busca no sólo crear el conflicto Cuba-Estados Unidos, sino también involucrar a Canadá con todos los perjuicios apuntados para la parte cubana. Y los animadores de esta lógica no se localizan en otra parte que no sea en Washington y en Miami; no es por pura casualidad que los legisladores cubanoamericanos más beligerantes (encabezados por Rubio) trabajen activamente en los comités de Inteligencia, Defensa y Política Exterior.
En este rompecabezas para la dirigencia cubana no habría más que pérdidas y perjuicios. En ello coincidirían desde Sherlock Holmes hasta Tom Clancy.

Domingo Amuchástegui
Cuba Posible

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